En el valle del Ebro, si bien se formaban pueblos donde se vertebraba la vida de los comercios, talleres, la iglesia y los servicios, la vivienda rural tradicional es la Torre Aragonesa, que consta de la vivienda, las zonas anexas para los aperos y animales y que está rodeada por las tierras agrícolas que conforman la propiedad.

En la zona de Montañana, concretamente entre los términos de Villamayor, Santa Isabel y Montañana, existe un paraje que se denomina Mamblas, nombre que todavía se conserva y que al parecer responde a un antiguo poblamiento. El término proviene del latín “mammulas“, que hace referencia a mamas, quizá por la forma del terreno que recordase esta forma. Las fincas agrícolas romanas, precursoras de las Torres Aragonesas, giraban en torno de un caserío que era la Villa Romana. Si bien había villas de grandes dimensiones que eran atendidas por muchos esclavos, también las hubo más modestas atendidas por unidades familiares.

La villa rústica romana se dividía en dos sectores: la ”Pars Dominica”(zona residencial, destinada al “dominus” y su familia) y la”Pars Massaricia”, que a su vez se dividía en “Pars Rustica” (zona destinada a los trabajadores de la hacienda) y ”Pars Fructuaria”(zona destinada a la elaboración de los productos). Estos mismos elementos se encuentran en las torres Aragonesas que todavía podemos encontrar en el entorno de Montañana y Santa Isabel.

Una edificación especial muy conocida por todos, la Torre de la Hacienda, es un ejemplo de aquellas Torres de grandes dimensiones herederas directas de las villas romanas. Esta torre poseía una zona, donde residían los dueños en caso de que decidiesen alojarse en ella, pues en muchas ocasiones las familias propietarias residían en la ciudad, como ya hicieran los romanos adinerados miles de años atrás. La vivienda de la Torre de la Hacienda estaba decorada con ricas pinturas murales que a estas alturas seguro se habrán perdido ya. También constaba de unas edificaciones donde vivían los torreros o personal a cargo de la finca y que se encargaban de su explotación en beneficio de los dueños. Anexa existía una capilla. Además existían almacenes, cuadras para los animales y cubiertos para los aperos. La Torre de la Hacienda fue construída en el siglo XVIII por Juan Martín de Goicoechea. Fue amigo de Goya y propietario del molino de aceite del que todavía se conserva alguna pieza en el parque Bruil. Goicoechea extendió el cultivo de la oliva, variedad arbequina a gran parte del término municipal de Zaragoza, y concretamente en el término de Mamblas. Los sitios de Zaragoza se solventaron con la quema de los extensísimos olivares que la rodeaban, siendo ahora el cultivo de la oliva inexistente.

Contemporáneas de la Torre de la Hacienda, existen todavía muchas en pie. La mayoría son torres de explotación familiar, aunque la distribución es exactamente la misma. Un patio central o corral rodeado por las cuadras y cubiertos para guardar los aperos y herramienta a resguardo. Además, anexa está la vivienda, que consta de una planta baja donde vivían los propietarios y una planta superior donde se almacenaban los productos. Existen variantes con tres plantas en las que la familia ocupaba la segunda utilizando la inferior como recibidor y lugar también de almacenaje. 

Las Torres están fabricadas con diferentes materiales, siendo el más común el barro. El ladrillo cocido aragonés se utilizaba de forma invariable para la construcción del pilar o pilares centrales sobre el que apoyan los maderos de pino silvestre o carrasco que formaban las vigas del forjado y del tejado. Algunas, estaban construídas íntegramente de ladrillo macizo, aunque no es lo más común, al ser un recurso caro. La Torre del Azoque, en la Calle Mayor, está construída íntegramente de ladrillo, aunque está en un estado de ruina. Debería de avergonzarnos a todos que su destino sea solo su demolición para construír viviendas que nadie ocupará.

Los maderos que forman parte de la estructura resistente de la casa, siendo el material de las jácenas y vigas son generalmente de pino silvestre o royo, con algunas raras excepciones. Estas maderas procedentes de los bosques pirenaicos, se cortaban en el bosque y descendía en nabatas o almadías tejidas con varios troncos por el Gállego. En las partes que se encuentran dentro de las paredes se pueden apreciar los agujeros que los nabateros practicaban para poder unir los troncos entre sí y las “proas” talladas a fin de que no se traben en el fondo del río y se deslicen mejor. Todavía se aprecian en algunos de los los números romanos practicados con hachazos que seguro servirían para cobrar los troncos cortados.

Lo más común en la construcción de paredes es el adobe, que se fabricaba cuando lo permitían las labores del campo, estando secos es cuando se debían de emplear en la construcción. Los forjados, se hacían colocando cañizos tejidos sobre los maderos, que se clavaban con los característicos clavos de sección cuadrada de “encañizar”.  Sobre éstos cañizos se vertían diversos materiales, desde la tierra a morteros, yesos o incluso hormigón. El forjado entre los maderos, en su parte inferior, se lucía con yeso en formas cóncava denominada revoltón, que proporciona una gran rigidez. En el tejado, los cañizos eran cubiertos con barro y sobre ellos se colocaba la teja árabe tradicional fabricada a mano una a una sobre la pierna del tejero. Este tipo de construcción se llevaba a cabo todavía hace tan sólo ochenta años.

Los techos de la planta superior, si se destinaban a la vivienda, se bajaban con lo que se denomina cielo raso. Un forjado más débil realizado con maderos cortados en mitades o cuartos denominados “cueirones”, por debajo de los cuales se clavaban cañizos que se lucían con yeso.

En algunos casos las paredes se construían de tapial, que es una técnica muy antigua. Se realizaba colocando tablas a ambas partes de lo que serían las caras de la pared y echando capas de tierra de unos 15-20cm de altura que eran posteriormente apisonadas. Se añadía en algunos casos una capa de cal entre cada capa de tierra que dotaba a la tapia de una gran consistencia. Dejó de usarse esta técnica a mediados del siglo XIX. La vigencia de esta técnica constructiva queda patente en las paredes que todavía quedan en el teatro romano de Zaragoza, donde todavía se notan las marcas de las tablas del encofrado.

Los suelos podían ser de baldosa de tierra con diseño geométrico o de ladrillo cocido aragonés, pudiendo ser directamente de yeso en los casos más humildes.

De forma invariable, estaban provistas de un “caño”. El “caño” Es una voz aragonesa que identifica una construcción subterránea donde se guardaban algunos alimentos, el agua o el vino. Su construcción se realizaba picando en el subsuelo un conducto más o menos rectilíneo a cuyos lados se adosaban unos ensanchamientos donde se disponían las tinajas en las que se guardaba lo que procediese. Esta construcción se quedaba tal y como resultaba tras el picado, siendo pues sus techos y paredes de la grava original que el Gállego depositó en sus primigenios cauces. La temperatura fresca y constante a lo largo del año y la humedad la convertían en una nevera natural. Muchos de estos caños fueron sepultados al no ser ya útiles tras la aparición de los frigoríficos.

Estas construcciones están pues como decimos enraizadas en la tradición de la sociedad rural aragonesa. Antes de la aparición de los núcleos poblacionales de Villamayor de Gállego, que según se relata por vez primera fue sobre 1178, Peñaflor de Gállego, documentado desde 1280, o Montañana, cuyo origen y fecha se desconoce, existía la población de Mamblas, cuya ubicación no se conoce, y que posiblemente fuese una guirnalda de Torres Aragonesas (denominación que apareció con Alfonso I “El Batallador” en sustitución de la de “almunia” de origen árabe que sustituyó antes a la de “villa” de origen romano. En 1151, Ramón Berenguer VI, conde de Barcelona y príncipe regente de la Corona de Aragón, dona un corral a los habitantes de Mamblas entre la acequia de “Xarandin y La Alcoleia”.

El registro de la propiedad de Zaragoza apareció a medidados del siglo XIX, por lo tanto es difícil poder averiguar la antigüedad de estas torres que salpican nuestra geografía en términos absolutos, al ser más antiguas muchas de ellas, si bien ya podemos certificar la existencia de algunas de ellas.

Una forma de hacernos idea de la gran cantidad de torres existentes y su preponderancia sobre el llamado núcleo rural lo podemos percibir si miramos el plano de Dionisio Casañal sobre el término municipal de Zaragoza con los datos de 1896. Vemos como a pesar de la dispersión propia de las torres, todas se vertebran a lo largo de caminos comunes que permitan tanto el acceso a las mismas como una vía para poder dar salida a los productos producidos y que habrían de ser puestos en el mercado de la ciudad. Esta zona estaba próxima a las vías de comunicación natural de Zaragoza con Huesca o Jaca (se cree que la calzada romana pasaba por Peñaflor), y el camino real de Zaragoza a Barbastro con su paso por Villamayor.

Fragmento del plano de Dionisio Casañal, 1896.

Es destacable la ausencia de núcleo poblacional, estando las casas dispersas incluso en lo que hoy es la Avenida de Montañana, donde todavía no está la papelera, cuya construcción es posterior. Faltan muchísimos nombres, pero la torre de la Perera, la de las Granadas, la del Ratón, la de Escartín, la de la Escribana (Actual Torre Ramos) o la del Lavadero ya aparecen con el nombre en un plano de escasa resolución. Luego si de algo se puede calificar a las torres que salpican el barrio de Montañana y el de Santa Isabel, es de construcciones rurales tradicionales.

Estas Torres, fueron prácticamente autosuficientes en su existencia. Pieles, carne, huevos, leche, vino, cereales, frutas, hortalizas… producían de todo y se autoabastecían de todo, necesitando sólo del calzado, la ropa y la herramienta.

Algunas de estas Torres disponían de balsas en las que el agua se decantaba. De aquí se recogía en pozales el agua que llenaba las tinajas. En estas balsas vivían algunos anfibios ya extintos en el entorno como eran la ranita de San Antonio, el tritón palmeado y el tritón jaspeado.

En muchas ocasiones se construían aljibes subterráneos que se llenaban por las acequias de riego que estaban próximas a las viviendas.

Estos aljibes tenían el tamaño suficiente como para que no faltara el recurso en la época de corte de agua, que sobreviene en invierno, a principios de año con el fin de realizar las reparaciones y limpiezas necesarias en las conducciones, acequias y canales.   Los aljibes son herencia de las villas romanas y posteriormente de las almunias musulmanas, estando por lo tanto presentes en las Torres Aragonesas.

   Detalle limpieza de aljibe actual

El agua de consumo de boca, se la proporcionaron también en algunos casos los pozos picados a mano, de los que se sacaba el agua mediante un pozal atado a una cuerda que se arrollaba a una “carrucha”. Cuando descendía el nivel freático se bajaba de nuevo a picar hasta llegar al nivel del que sacar agua de nuevo

 

Proceso de picado de pozo.

 

 

 

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